Mi Patio del 60

Yo miraba

a las abejas,

monjas laboriosas

en mi patio,

recolectar

la clara harina

de las flores

y al volver

a su convento,

tras las campanadas

del sol,

amasar el pan

de la miel,

regalo de la primavera.

 

Al negro escarabajo,

en su armadura

de carbón,

buscar entre las hojas

al terrible dragón

que en otoño

incendia las hojas

del viejo damasco,

dejando en mi corazón

el rescoldo

de la melancolía

con su amarillo

lanzallamas.

 

A los viejos barcos

de las nubes,

piratas del cielo,

navegando

tras la flota de oro

del crepúsculo,

donde embarcado,

más de una vez,

recorrí el misterioso

océano que esconde,

entre islas de fuego,

los tesoros del cielo.

 

Y a las mariposas,

mudas catedrales,

relampagueando

entre la rosa malva,

abrir sus alas

y lucir el esplendor

de sus vitrales

mientras el ángel

del viento,

con voz de pájaro,

susurraba

en mi ventana:

¡aún estás

en el viejo paraíso!

 

También escuchaba

en su motocicleta

al gordo  moscardón,

cuando hacía piruetas

por los alambres

equilibristas

de la luz,

gajos que la naranja

del sol abría

como un abanico

sobre mi patio.

 

Al trombón del

abejorro,

la orquesta

de los gorriones,

el aplauso

de las hojas

cuando el aire

da su concierto

de plata y frescura.

 

Ya cierra puertas,

ya ventanas

y de su casa

apaga la luz

el caracol,

sus faroles rojos

las hormigas,

zumba el avión

invisible

del mosquito,

el tren de la noche

reparte carbón,

las arañas dibujan

las secretas

constelaciones

de la muerte,

sus puertas

de cielo y preguntas.

 

Y en un rincón,

una estación

abandonada

allá en mi patio,

mientras la luna,

empolvando su nariz,

se aleja

en el ferrocarril

nocturno,

tocaba su violín

la tristeza

de un grillo.

 

¡Y yo,

yo era un niño

entonces!