¡AH, BESAME!

Ah, bésame,

entonces bésame como el aire

al castaño de la plaza

o al agua que desata

una mantilla de oro

al crepúsculo.

El viento crece a esta hora en Ovalle,

como un caballo de fuego

relincha sobre los techos

y sus herraduras de cristal amarillo

resuenan sobre las casas.

Es la hora cuando Dios recoge a la vida

y cura sus heridas con agua marina.

Luego vendrán las estrellas

y escribirán las palabras secretas,

las que hemos olvidado

y el creador grabó a fuego en nuestra sangre.

Bésame, te digo,

une tu boca a mi corazón

para que despierte el secreto

de las palabras olvidadas,

esa lengua clara como las alas de las libélulas,

ese idioma escrito en cada galaxia,

hormiga, mujer y hombre

que adherido al tiempo

busca regresar a su antigua casa,

a su principio

cuando la luz tejía un manto

para las creaturas del mundo.

Pero, bésame,

Recuérdame que soy hijo del todo

y mi padre camina a mi lado

como si yo fuera un niño

mientras canta que nos espera

más allá de todo espacio.


Ramón Rubina


Ilustración, Edvard Munch